viernes, 12 de marzo de 2010

Un viaje por la poética de Daniel Acosta / Vicente Zito Lema / 10


de la imagen que se mira a la imagen que nos mira…

Por Vicente Zito Lema






I

En la pared, sobre la mesa de trabajo, ante mis ojos, pinturas y dibujos, fotos, videos, documentos, registros y soportes de la obra de Daniel Acosta, un verdadero artista de nuestro tiempo.

La primera impresión es que cada obra es una totalidad. Todo nace, crece, se desarrolla y se transmuta dentro de sí en una nueva realidad. Hay un espacio, brilla la identidad, y sin embargo, tras una perfecta vuelta espiralada, el espíritu de la obra nos remite a una nueva cadena de múltiples sentidos, donde cada totalidad de esa vasta totalidad pasa a ser parte de una unidad superior que las contiene como pluralidad; lo que era palabra es ahora un lenguaje, lo que era ser creció en universo.

El nuevo escenario de comprensión, su vocación fundante, nos genera otra necesidad: ir de ese conjunto de obras de una artista de nuestro tiempo a una dimensión aún mayor, la del propio arte como gestualidad y esencia, como paradigma de la mirada de un otro hacía los otros, como historia de la criatura humana en su máximo sentido, como exultante y siempre creativo destino en las muchedumbres del agua de la vida.

Es decir, cada una de las obras de Daniel Acosta nos incita a conocer sus otras obras, y el conjunto de sus obras nos demanda pensar en el arte; el arte que fue, el que es y el que será, si nos animamos a seguir creyendo en la criatura humana como sentido final de la propia existencia.

Hay aquí un artista, hay una obra, una espesura del ser dirimida como realidad que lo trasciende y nos incluye, y un acontecimiento complejo y valioso, que vuelve imperioso el viaje del viajero por el río que ni siquiera el propio artista conoce, pero que cada hombre, que es parte insoslayable en el viaje de ese artista, también necesita saber, o intuir, desde lo más inocente y profundo de su corazón, para entender, emocionado, como un niño frente a las estrellas, que la luz de la belleza no tiene fin... la obra del artista se ha completado en el mundo, como una caricia que vino de muy lejos…

II


En la génesis creativa de Daniel Acosta vibran las oposiciones, el mundo se desnuda en su máxima tensión. Tras los velos están los aparecidos (el sueño es ahora materia, en respuesta a las necesidades del alma…), y desde las entrañas del dolor resurgen los desaparecidos; ellos son parte imborrable del orden de la vida cotidiana, fundan el ayer, resucitan en nuestro presente a partir de la historia más cruel y nos anuncian: sin nosotros tampoco habrá futuro, necesitamos de la justicia como un día necesitamos del amor…

Habrá otra vez aquí un salto en el espiral del tiempo, y volveremos a encontrar los aparecidos y desaparecidos, como metáfora pero también como cruda realidad, en el orden vivo de la naturaleza. Es que tanto la agonía y el riesgo de su existencia que padece hoy la naturaleza, la convierten en un nuevo rostro de lo humano que desfallece, y de toda la vida, acosada sin treguas en las alturas materiales del estallido que designa nuestra época.

El eterno combate entre la luz y las tinieblas, la primera de todas las oposiciones y contradicciones que refleja la vida, tiene dos frentes simultáneos: hay una vida humana –como sistema– que agrede a la vida humana y hay una vida humana, también como sistema, que agrede a la vida del planeta.

Las oposiciones y tensiones nunca dejan de mostrarse en el camino del artista Daniel Acosta, nos desafían y nos asombran… Frente a la naturaleza, convertida en refugio y camino deseante de la propia existencia que nos trasciende, surge la violencia potenciada de la usura y la producción a toda costa, como única ley; es una violencia ya desmadrada, que provoca una tecnología sin límites, que huye de la ética, o bien la ignora, enquistada hoy como rostro y sentido único del poder. Su nombre es la riqueza, su silencio que silencia es la pobreza…

Frente a la criatura libre, que exalta el artista, está el sujeto real, sujetado por un destino que no le pertenece, que lo aliena y lo convierte en sombra y quietud, y que provoca la reacción del artista, como conciencia de una verdad irrenunciable. Estamos en los límites de la destrucción final de la tierra, cuando la muerte ni siquiera podrá ser muerte; en esta hora más que diálogo hay resistencia, denuncia, combate… La muerte desnuda todo su poderío y como en La Flauta Mágica de Mozart, el artista deberá atravesar el silencio, los desiertos del silencio, con la música que en pos de la vida todo lo desafía…

En un universo de tensiones y oposiciones cada vez más descarnadas, donde cada pedazo de la realidad se torna la mentira de sí misma, su fetiche, Daniel Acosta apuesta a nutrirse de los ingredientes primordiales. Resucita así el misterio de los símbolos primigenios en el esplendor de sus cuatro elementos. Su búsqueda es la de un mundo como armonía musical. El artista se para sobre la tierra, aspira el viento, sorbe el agua, enciende el fuego… deja atrás los olimpos y las glorias contemplativas… El artista vuelve a ser un mago, un demiurgo. El artista Daniel Acosta es ahora la sumatoria de su propio cuerpo, descubierto y renacido a partir de la angustia, pero también surgiendo desde la serenidad que no es resignación, sino aceptación del orden superior de la vida, allí donde la belleza redime aquello que fue siniestro y agiganta el espíritu del asombro y la maravilla.

Hay un solo cuerpo -dirá el artista-, y así lo siente en la pura materialidad de sus actos… Entonces, desde la dimensión de lo objetivo y de lo real, nos mostrará un cuerpo cosmos, un cuerpo planta, un cuerpo proyecto humano… Cuerpos múltiples y a la par pura monada, espacio y tiempo único, y allí van ellos, en pos del asombro que enriquece el espíritu, G navegando, sin salir del rumbo, entregados al destino, pero sabiendo también que el puerto es finalmente la eterna dimensión de la belleza y la justicia.


III


El artista Daniel Acosta es un ser que se interroga y hace de la interrogación un principio de vida. Con sus preguntas bucea en las aguas interiores, traspasa el caos y funda su armonía, una armonía que nos serena, que nos comunica el deseo de integrarnos en la complejidad del universo. El artista nos dice, y nosotros escuchamos, lo que son apenas unos momentos en su largo discurso, forjado con pasión y razón:

Mi obra es mi memoria; también mi sueño…

Es una llave para traspasar el secreto…

Hay una poética, son imágenes que me forman y me justifican…

Vi en el dibujo la posibilidad de pulsar mis sentidos, que mi pasión fuera mi realidad…

El color es el deseo de perderme en la maravilla del mundo…

Lo creado, en el principio de mi camino, nació como un paisaje urbano, como el fruto

de la desesperación en el ruido, en el tumulto…

Aquél ayer se transformó en el “Proyecto Tierra”; mi desesperación se hizo conciencia

y armonía bajo la luz de la naturaleza…

Todo fue como un río, y lo que era propio se convirtió en grupal, y la creación fue entonces un llamado a viva voz… “Sos Tierra”, “Sos Tierra”…

Aquello que era tela, papel, pintura, taller… se volvió instalaciones, se nutrió bajo el impulso de la realidad social, se volvió acciones performáticas…

Entonces la poesía fue movimiento…

Lo que nació en la quietud pasó a ser grito, desafío, testimonio, revuelta…

Un cuerpo se abrió al mundo, agónico y sin embargo alegre, como si fuera un recién nacido…

El artista Daniel Acosta tuvo que forjar otra verdad, en el orden de las verdades en fuga… Salir de la teatralidad que acechaba al arte sin movimiento, para lanzarse de cabeza y sin paracaídas al espacio de lo real, donde el cuerpo goza y donde el cuerpo se duele… Hubo que romper los espejos y entrar en la esencia de la existencia, no ya en su alegoría ni en su representación, el nudo se anudaba ahora con la vida en la vida misma. El arte se hizo la aventura sin retorno, apabullante, tan fugaz como eterno el desafío….

El artista entonces, erguido en la coherencia, debió hacer de la vida una puesta en acto de su propia vida; una pasión rigurosa, con ideas, conceptos, con gritos, que fueron de gozo aunque por instante sonaron como sollozos.

Ante los ojos surgió el rescate de lo efímero, el combate con lo permanente, fue preciso extraer de lo finito un deseo de infinitud, entregarse a la búsqueda de la libertad (y el artista había conocido el cautiverio con que el terrorismo de estado castiga hasta el colmo la libertad…); fue preciso abrir las manos al mundo para recibir la fraternidad y sentir como lluvia la exaltación de la belleza, allí donde cada palabra es maldición o blasfemia, y cada gesto se ahoga en la negrura sin tiempo.

El artista se convirtió, volviendo al origen del origen, en un ser político, como participe deseante del bien común, como cuerpo y alma que desnuda las estructuras del Poder. El artista tuvo que asumir el rol de la verdad: enfrentando las máscaras del terror del ayer y el autoritarismo y la vocación de muerte que siempre surgen, como una sombra perseverante que nos amenaza… cuyo susurro es también presagio y amenaza…



IV


La obra de Daniel Acosta está legitimada por la sinceridad del arte, en tanto supera en su creación la sospecha de lo ficticio que siempre ronda el arte. En sus partes y en su totalidad, en lo dicho y en el recato del silencio que espera, en la materialidad de cada borde y de cada vacío, nos permite pensar en la finitud a partir de nosotros mismos, y al actuar así nos impulsa a trascender en la mirada de quien nos mira, ese otro al que también miramos para descubrir lo que somos, o mejor: lo que debimos ser, la medida del deseo. .. Esta obra es deseo.

Daniel Acosta busca y logra para sí, desde la belleza como sentido de la verdad, una virtud que deviene en filosofía: se trata de dialogar con la muerte para pensar la vida, esa vida que diariamente se maltrata sin amor y sin conciencia… con liviandad y espanto.

El artista se convierte en instrumento para quitar los velos a la realidad que se nos impone como realidad; una realidad fingida, opaca, ominosa, que el artista enfrente con el coraje de quien se sube a su atalaya y atisba el horizonte, descubre la mañana y va hacia ella…

Ungido en vigía el artista nos muestra el precipicio; pero con su armonía y en su lirismo también nos sostiene sobre el preciso límite de la caída, para que la angustia no desborde nuestras conciencias, y si el sentimiento se va de la razón, pueda la necesidad de la realidad refugiarse en el intelecto…

La obra de Daniel Acosta logra el efecto de recordarnos que ayer es el comienzo del mañana, en el cruce perfecto que se da en un presente, siempre precario y jamás eterno, por más que en apariencia se repita y a palos se imponga la máscara de su repetición, la esterilidad del cambio… Ante nuestros ojos, desbordados por la magnitud que el artista extrae de la realidad de la materia, de los sueños de la materia, de cada uno de los actos del mundo, aun de los más simples, para presentarlos ante nuestra mirada como una ofrenda de amor, surge siempre nueva y deseante la belleza, como si la belleza fuera los párpados del cielo…

La obra de Daniel Acosta nos da herramientas para el más secreto de los juegos: arrimarnos a la muerte y no ser atrapados por ella, estableciendo el vínculo en la esfera humana; si se permite decir hay aquí un artista humanizando la muerte, superando en el pathos de la creación nuestra primitiva y agónica sumisión a la nada, esa nada que comienza en la sombra de la angustia…

El arte del artista nos humaniza, ya que al humanizar la muerte nos abre nuevas puertas a la vida; nos alienta participar en el gran viaje de la vida… Nos advierte: vuela con tu aliento, no te dejes atrapar, si te paralizas serás visto por otro viajero como una estatua de sal…

La obra de Daniel Acosta nos incita a transformar cada momento en acto de resurrección, como criaturas dueñas del cuerpo en los secretos dominios donde el alma comienza a ser el principio del cuerpo…

Hay aquí una pasión que nos conmociona, nos demanda ser testigos y ser partes del vértigo permanente de la creación; dar oídos a la valentía que anida más allá del silencio, en el instante único de cruzarse con el grito, como si toda la armonía del cielo y de la tierra yaciera en los pasos de cada destino…

La obra de Daniel Acosta nos recuerda que el arte es un momento sagrado de la vida; el desarrollo final en la historia sin final de cada una de las historias humanas…
V

Han corrido más de dos décadas desde que me planté, en un verano y por primera vez, frente a la obra de Daniel Acosta.

Otra vez es el verano; la quietud de las hojas es un himno y es una exasperación, también un presagio… Bajo los cielos de gracias azules que irrumpen por mi ventana miro y miro sus trabajos, pienso una y otra vez en ellos, en todo lo que vi y sentí, en el conjunto armónico de su universo, que se inicia representando con belleza la realidad de la vida y que hoy se muestra como la vida que desafía la verdad de esa vida…

La poesía de su obra me provoca y dejo que las palabras salgan de mí como quien saluda a la espuma de los días…

Vicente Zito Lema, Verano de 2010

Arte Acción (La obra de Daniel Acosta)

El camino recorrido por Daniel Acosta a través de estos años, transita el arte- acción, la performance, el arte de la tierra (land art), la instalación, el arte objetual, la fotografía, y la pintura pero no por ser diferente medios se pierde el objetivo de su metáfora: la Tierra.
Esta Tierra que es atropellada, destruida, desgastada, dañada pero también es cuidada, curada, cultivada y amada.


Desde fines de los años noventa Daniel Acosta toma los medios de la acción artística para poner en evidencia los trastornos que está sufriendo la naturaleza. Desde años anteriores con sus pinturas, la tierra aparece desde la semilla, que germina, una célula que crece y da lugar a un ser, que a veces es el hombre, como ser dominante y otras, son seres del mundo vegetal o animal. Los cuatro elementos: aire, fuego, tierra, agua se combinan y gestan otros elementos.


De aquí nace el Proyecto SOS TERRA, son estos mismos elementos, se vuelven a combinar, pero su sentido ahora se manifiesta por la puesta en acción, el cuerpo del artista toma el lugar del pincel y su accionar es la marca antes era en la tela que es reemplazada por el espacio. La huella que dejaba el grabado y el gofrado ahora es le mismo cuerpo que marca el paso del tiempo, donde el rito, el mito y la historia forman el universo de SOS TERRA. Las fuerzas del universo coexisten en una imagen simbólica que la acción las transforma y las hace cercanas a nosotros.


Proyectos como el Riachuelo, donde la intervención de la comunidad se hace manifiesta, o los Encuentro de Arte- Acción en la Reserva Natural Guillermo Hudson, que desde 2005 se realizan ininterrumpidamente, convocando artistas nacionales e internacionales y el mismo Daniel Acosta, organiza y acciona. Arte colectivo que entorno a la Tierra crea instancias de conciencia frente a la problemática de la tierra.


La unión del arte y el cuidado de la tierra en todos sus sentidos, desde la protección del medio ambiente, a la denuncia por los maltratos y devastaciones de la naturaleza hasta el cuidado de los recursos naturales, la Tierra es el entorno en que el hombre se desarrolla.


La acción como la puesta en manifiesto de estas circunstancias, donde el accionar del artista: encabezando una bicicleteada, plantando árboles, instalando objetos en una reserva natural o reciclando basura para construir objetos artísticos es la manera que ha encontrado el colectivo SOS Tierra para exponer su preocupación, sus cuestionamientos y sus luchas.


Daniel Acosta a través de sus obras cuestiona, poetisa y señala estos interrogantes. Sus acciones que a través de los registros fotográficos, fílmicos o vestigios dejados después del accionar, replican como metáfora, el accionar del hombre frente al abuso de la naturaleza. El artista hace propio el hecho manifestado y lo ofrece como obra de arte para la comunidad, intentando generar conciencia. Y así, la semilla podrá germinar nuevamente trasmutándose, y el arte como pensamiento estético, en su papel mediatizador permitirá acceder al cambio.
Daniel Acosta, Arte-Acción, es el gesto, la mano, la luz, el color, la oscuridad, la vida y la muerte. Y la naturaleza, origen y fin de de todas las cosas, la vida resguardada en una semilla que en algún momento germinara, con la ayuda los elementos agua, aire, fuego y tierra, dando lugar a la vida, en el ciclo natural de las cosas.
Soledad Obeid / Noviembre 09