viernes, 12 de marzo de 2010

Un viaje por la poética de Daniel Acosta / Vicente Zito Lema / 10


de la imagen que se mira a la imagen que nos mira…

Por Vicente Zito Lema






I

En la pared, sobre la mesa de trabajo, ante mis ojos, pinturas y dibujos, fotos, videos, documentos, registros y soportes de la obra de Daniel Acosta, un verdadero artista de nuestro tiempo.

La primera impresión es que cada obra es una totalidad. Todo nace, crece, se desarrolla y se transmuta dentro de sí en una nueva realidad. Hay un espacio, brilla la identidad, y sin embargo, tras una perfecta vuelta espiralada, el espíritu de la obra nos remite a una nueva cadena de múltiples sentidos, donde cada totalidad de esa vasta totalidad pasa a ser parte de una unidad superior que las contiene como pluralidad; lo que era palabra es ahora un lenguaje, lo que era ser creció en universo.

El nuevo escenario de comprensión, su vocación fundante, nos genera otra necesidad: ir de ese conjunto de obras de una artista de nuestro tiempo a una dimensión aún mayor, la del propio arte como gestualidad y esencia, como paradigma de la mirada de un otro hacía los otros, como historia de la criatura humana en su máximo sentido, como exultante y siempre creativo destino en las muchedumbres del agua de la vida.

Es decir, cada una de las obras de Daniel Acosta nos incita a conocer sus otras obras, y el conjunto de sus obras nos demanda pensar en el arte; el arte que fue, el que es y el que será, si nos animamos a seguir creyendo en la criatura humana como sentido final de la propia existencia.

Hay aquí un artista, hay una obra, una espesura del ser dirimida como realidad que lo trasciende y nos incluye, y un acontecimiento complejo y valioso, que vuelve imperioso el viaje del viajero por el río que ni siquiera el propio artista conoce, pero que cada hombre, que es parte insoslayable en el viaje de ese artista, también necesita saber, o intuir, desde lo más inocente y profundo de su corazón, para entender, emocionado, como un niño frente a las estrellas, que la luz de la belleza no tiene fin... la obra del artista se ha completado en el mundo, como una caricia que vino de muy lejos…

II


En la génesis creativa de Daniel Acosta vibran las oposiciones, el mundo se desnuda en su máxima tensión. Tras los velos están los aparecidos (el sueño es ahora materia, en respuesta a las necesidades del alma…), y desde las entrañas del dolor resurgen los desaparecidos; ellos son parte imborrable del orden de la vida cotidiana, fundan el ayer, resucitan en nuestro presente a partir de la historia más cruel y nos anuncian: sin nosotros tampoco habrá futuro, necesitamos de la justicia como un día necesitamos del amor…

Habrá otra vez aquí un salto en el espiral del tiempo, y volveremos a encontrar los aparecidos y desaparecidos, como metáfora pero también como cruda realidad, en el orden vivo de la naturaleza. Es que tanto la agonía y el riesgo de su existencia que padece hoy la naturaleza, la convierten en un nuevo rostro de lo humano que desfallece, y de toda la vida, acosada sin treguas en las alturas materiales del estallido que designa nuestra época.

El eterno combate entre la luz y las tinieblas, la primera de todas las oposiciones y contradicciones que refleja la vida, tiene dos frentes simultáneos: hay una vida humana –como sistema– que agrede a la vida humana y hay una vida humana, también como sistema, que agrede a la vida del planeta.

Las oposiciones y tensiones nunca dejan de mostrarse en el camino del artista Daniel Acosta, nos desafían y nos asombran… Frente a la naturaleza, convertida en refugio y camino deseante de la propia existencia que nos trasciende, surge la violencia potenciada de la usura y la producción a toda costa, como única ley; es una violencia ya desmadrada, que provoca una tecnología sin límites, que huye de la ética, o bien la ignora, enquistada hoy como rostro y sentido único del poder. Su nombre es la riqueza, su silencio que silencia es la pobreza…

Frente a la criatura libre, que exalta el artista, está el sujeto real, sujetado por un destino que no le pertenece, que lo aliena y lo convierte en sombra y quietud, y que provoca la reacción del artista, como conciencia de una verdad irrenunciable. Estamos en los límites de la destrucción final de la tierra, cuando la muerte ni siquiera podrá ser muerte; en esta hora más que diálogo hay resistencia, denuncia, combate… La muerte desnuda todo su poderío y como en La Flauta Mágica de Mozart, el artista deberá atravesar el silencio, los desiertos del silencio, con la música que en pos de la vida todo lo desafía…

En un universo de tensiones y oposiciones cada vez más descarnadas, donde cada pedazo de la realidad se torna la mentira de sí misma, su fetiche, Daniel Acosta apuesta a nutrirse de los ingredientes primordiales. Resucita así el misterio de los símbolos primigenios en el esplendor de sus cuatro elementos. Su búsqueda es la de un mundo como armonía musical. El artista se para sobre la tierra, aspira el viento, sorbe el agua, enciende el fuego… deja atrás los olimpos y las glorias contemplativas… El artista vuelve a ser un mago, un demiurgo. El artista Daniel Acosta es ahora la sumatoria de su propio cuerpo, descubierto y renacido a partir de la angustia, pero también surgiendo desde la serenidad que no es resignación, sino aceptación del orden superior de la vida, allí donde la belleza redime aquello que fue siniestro y agiganta el espíritu del asombro y la maravilla.

Hay un solo cuerpo -dirá el artista-, y así lo siente en la pura materialidad de sus actos… Entonces, desde la dimensión de lo objetivo y de lo real, nos mostrará un cuerpo cosmos, un cuerpo planta, un cuerpo proyecto humano… Cuerpos múltiples y a la par pura monada, espacio y tiempo único, y allí van ellos, en pos del asombro que enriquece el espíritu, G navegando, sin salir del rumbo, entregados al destino, pero sabiendo también que el puerto es finalmente la eterna dimensión de la belleza y la justicia.


III


El artista Daniel Acosta es un ser que se interroga y hace de la interrogación un principio de vida. Con sus preguntas bucea en las aguas interiores, traspasa el caos y funda su armonía, una armonía que nos serena, que nos comunica el deseo de integrarnos en la complejidad del universo. El artista nos dice, y nosotros escuchamos, lo que son apenas unos momentos en su largo discurso, forjado con pasión y razón:

Mi obra es mi memoria; también mi sueño…

Es una llave para traspasar el secreto…

Hay una poética, son imágenes que me forman y me justifican…

Vi en el dibujo la posibilidad de pulsar mis sentidos, que mi pasión fuera mi realidad…

El color es el deseo de perderme en la maravilla del mundo…

Lo creado, en el principio de mi camino, nació como un paisaje urbano, como el fruto

de la desesperación en el ruido, en el tumulto…

Aquél ayer se transformó en el “Proyecto Tierra”; mi desesperación se hizo conciencia

y armonía bajo la luz de la naturaleza…

Todo fue como un río, y lo que era propio se convirtió en grupal, y la creación fue entonces un llamado a viva voz… “Sos Tierra”, “Sos Tierra”…

Aquello que era tela, papel, pintura, taller… se volvió instalaciones, se nutrió bajo el impulso de la realidad social, se volvió acciones performáticas…

Entonces la poesía fue movimiento…

Lo que nació en la quietud pasó a ser grito, desafío, testimonio, revuelta…

Un cuerpo se abrió al mundo, agónico y sin embargo alegre, como si fuera un recién nacido…

El artista Daniel Acosta tuvo que forjar otra verdad, en el orden de las verdades en fuga… Salir de la teatralidad que acechaba al arte sin movimiento, para lanzarse de cabeza y sin paracaídas al espacio de lo real, donde el cuerpo goza y donde el cuerpo se duele… Hubo que romper los espejos y entrar en la esencia de la existencia, no ya en su alegoría ni en su representación, el nudo se anudaba ahora con la vida en la vida misma. El arte se hizo la aventura sin retorno, apabullante, tan fugaz como eterno el desafío….

El artista entonces, erguido en la coherencia, debió hacer de la vida una puesta en acto de su propia vida; una pasión rigurosa, con ideas, conceptos, con gritos, que fueron de gozo aunque por instante sonaron como sollozos.

Ante los ojos surgió el rescate de lo efímero, el combate con lo permanente, fue preciso extraer de lo finito un deseo de infinitud, entregarse a la búsqueda de la libertad (y el artista había conocido el cautiverio con que el terrorismo de estado castiga hasta el colmo la libertad…); fue preciso abrir las manos al mundo para recibir la fraternidad y sentir como lluvia la exaltación de la belleza, allí donde cada palabra es maldición o blasfemia, y cada gesto se ahoga en la negrura sin tiempo.

El artista se convirtió, volviendo al origen del origen, en un ser político, como participe deseante del bien común, como cuerpo y alma que desnuda las estructuras del Poder. El artista tuvo que asumir el rol de la verdad: enfrentando las máscaras del terror del ayer y el autoritarismo y la vocación de muerte que siempre surgen, como una sombra perseverante que nos amenaza… cuyo susurro es también presagio y amenaza…



IV


La obra de Daniel Acosta está legitimada por la sinceridad del arte, en tanto supera en su creación la sospecha de lo ficticio que siempre ronda el arte. En sus partes y en su totalidad, en lo dicho y en el recato del silencio que espera, en la materialidad de cada borde y de cada vacío, nos permite pensar en la finitud a partir de nosotros mismos, y al actuar así nos impulsa a trascender en la mirada de quien nos mira, ese otro al que también miramos para descubrir lo que somos, o mejor: lo que debimos ser, la medida del deseo. .. Esta obra es deseo.

Daniel Acosta busca y logra para sí, desde la belleza como sentido de la verdad, una virtud que deviene en filosofía: se trata de dialogar con la muerte para pensar la vida, esa vida que diariamente se maltrata sin amor y sin conciencia… con liviandad y espanto.

El artista se convierte en instrumento para quitar los velos a la realidad que se nos impone como realidad; una realidad fingida, opaca, ominosa, que el artista enfrente con el coraje de quien se sube a su atalaya y atisba el horizonte, descubre la mañana y va hacia ella…

Ungido en vigía el artista nos muestra el precipicio; pero con su armonía y en su lirismo también nos sostiene sobre el preciso límite de la caída, para que la angustia no desborde nuestras conciencias, y si el sentimiento se va de la razón, pueda la necesidad de la realidad refugiarse en el intelecto…

La obra de Daniel Acosta logra el efecto de recordarnos que ayer es el comienzo del mañana, en el cruce perfecto que se da en un presente, siempre precario y jamás eterno, por más que en apariencia se repita y a palos se imponga la máscara de su repetición, la esterilidad del cambio… Ante nuestros ojos, desbordados por la magnitud que el artista extrae de la realidad de la materia, de los sueños de la materia, de cada uno de los actos del mundo, aun de los más simples, para presentarlos ante nuestra mirada como una ofrenda de amor, surge siempre nueva y deseante la belleza, como si la belleza fuera los párpados del cielo…

La obra de Daniel Acosta nos da herramientas para el más secreto de los juegos: arrimarnos a la muerte y no ser atrapados por ella, estableciendo el vínculo en la esfera humana; si se permite decir hay aquí un artista humanizando la muerte, superando en el pathos de la creación nuestra primitiva y agónica sumisión a la nada, esa nada que comienza en la sombra de la angustia…

El arte del artista nos humaniza, ya que al humanizar la muerte nos abre nuevas puertas a la vida; nos alienta participar en el gran viaje de la vida… Nos advierte: vuela con tu aliento, no te dejes atrapar, si te paralizas serás visto por otro viajero como una estatua de sal…

La obra de Daniel Acosta nos incita a transformar cada momento en acto de resurrección, como criaturas dueñas del cuerpo en los secretos dominios donde el alma comienza a ser el principio del cuerpo…

Hay aquí una pasión que nos conmociona, nos demanda ser testigos y ser partes del vértigo permanente de la creación; dar oídos a la valentía que anida más allá del silencio, en el instante único de cruzarse con el grito, como si toda la armonía del cielo y de la tierra yaciera en los pasos de cada destino…

La obra de Daniel Acosta nos recuerda que el arte es un momento sagrado de la vida; el desarrollo final en la historia sin final de cada una de las historias humanas…
V

Han corrido más de dos décadas desde que me planté, en un verano y por primera vez, frente a la obra de Daniel Acosta.

Otra vez es el verano; la quietud de las hojas es un himno y es una exasperación, también un presagio… Bajo los cielos de gracias azules que irrumpen por mi ventana miro y miro sus trabajos, pienso una y otra vez en ellos, en todo lo que vi y sentí, en el conjunto armónico de su universo, que se inicia representando con belleza la realidad de la vida y que hoy se muestra como la vida que desafía la verdad de esa vida…

La poesía de su obra me provoca y dejo que las palabras salgan de mí como quien saluda a la espuma de los días…

Vicente Zito Lema, Verano de 2010

Arte Acción (La obra de Daniel Acosta)

El camino recorrido por Daniel Acosta a través de estos años, transita el arte- acción, la performance, el arte de la tierra (land art), la instalación, el arte objetual, la fotografía, y la pintura pero no por ser diferente medios se pierde el objetivo de su metáfora: la Tierra.
Esta Tierra que es atropellada, destruida, desgastada, dañada pero también es cuidada, curada, cultivada y amada.


Desde fines de los años noventa Daniel Acosta toma los medios de la acción artística para poner en evidencia los trastornos que está sufriendo la naturaleza. Desde años anteriores con sus pinturas, la tierra aparece desde la semilla, que germina, una célula que crece y da lugar a un ser, que a veces es el hombre, como ser dominante y otras, son seres del mundo vegetal o animal. Los cuatro elementos: aire, fuego, tierra, agua se combinan y gestan otros elementos.


De aquí nace el Proyecto SOS TERRA, son estos mismos elementos, se vuelven a combinar, pero su sentido ahora se manifiesta por la puesta en acción, el cuerpo del artista toma el lugar del pincel y su accionar es la marca antes era en la tela que es reemplazada por el espacio. La huella que dejaba el grabado y el gofrado ahora es le mismo cuerpo que marca el paso del tiempo, donde el rito, el mito y la historia forman el universo de SOS TERRA. Las fuerzas del universo coexisten en una imagen simbólica que la acción las transforma y las hace cercanas a nosotros.


Proyectos como el Riachuelo, donde la intervención de la comunidad se hace manifiesta, o los Encuentro de Arte- Acción en la Reserva Natural Guillermo Hudson, que desde 2005 se realizan ininterrumpidamente, convocando artistas nacionales e internacionales y el mismo Daniel Acosta, organiza y acciona. Arte colectivo que entorno a la Tierra crea instancias de conciencia frente a la problemática de la tierra.


La unión del arte y el cuidado de la tierra en todos sus sentidos, desde la protección del medio ambiente, a la denuncia por los maltratos y devastaciones de la naturaleza hasta el cuidado de los recursos naturales, la Tierra es el entorno en que el hombre se desarrolla.


La acción como la puesta en manifiesto de estas circunstancias, donde el accionar del artista: encabezando una bicicleteada, plantando árboles, instalando objetos en una reserva natural o reciclando basura para construir objetos artísticos es la manera que ha encontrado el colectivo SOS Tierra para exponer su preocupación, sus cuestionamientos y sus luchas.


Daniel Acosta a través de sus obras cuestiona, poetisa y señala estos interrogantes. Sus acciones que a través de los registros fotográficos, fílmicos o vestigios dejados después del accionar, replican como metáfora, el accionar del hombre frente al abuso de la naturaleza. El artista hace propio el hecho manifestado y lo ofrece como obra de arte para la comunidad, intentando generar conciencia. Y así, la semilla podrá germinar nuevamente trasmutándose, y el arte como pensamiento estético, en su papel mediatizador permitirá acceder al cambio.
Daniel Acosta, Arte-Acción, es el gesto, la mano, la luz, el color, la oscuridad, la vida y la muerte. Y la naturaleza, origen y fin de de todas las cosas, la vida resguardada en una semilla que en algún momento germinara, con la ayuda los elementos agua, aire, fuego y tierra, dando lugar a la vida, en el ciclo natural de las cosas.
Soledad Obeid / Noviembre 09



 

martes, 17 de febrero de 2009

arte y ciencia / 00 la naturaleza medida de las cosas


Arte y ciencia /00

lunes, 3 de marzo de 2008

una poética de la naturaleza del arte acción 07/Alberto Caballero//Abrazo,Cachi/Jujuy /08


artículo 
Una poética de la naturaleza del arte de la acción
La desnaturalización del arte en la obra de Daniel Acosta
por 

Alberto Caballerovolver
La acción del arte en la naturaleza

No vamos a tratar aquí la cuestión de la naturaleza si no la pensamos desde el arte; no haremos  una lectura desde  las ciencias de la naturaleza, como por ejemplo la botánica o  la biología. De la misma manera que no podemos pensar lo humano sin el lenguaje, pues lo humano tiene como naturaleza el lenguaje,  no podemos pensar las cosas sin las ideas. Esto es,  para lo humano no hay otra naturaleza que la científica o la del arte. La naturaleza de la religión es una  naturaleza espiritual: el cuerpo está rechazado desde la naturaleza de lo religioso, y la naturaleza es el lugar del pecado. La primera representación de la naturaleza es la de Adán y Eva: se trata lo humano en su naturaleza de pecado.

En los cuadros religiosos de Leonardo o Rafael, entre otros, la naturaleza está representada al fondo, de manera muy reducida, a modo de paisaje pequeño. Lo fundamental aquí es la escala; el mundo aparece reducido a una pequeña escala, lo importante es el mundo de lo espiritual. La naturaleza se ve por una ventana, por un arco, por una puerta, por un vano…, es algo lejano y distante  a una escena donde lo central es el Otro espiritual.

De aquí en adelante la naturaleza pasa al dominio de la naturaleza de la geometría:  parques, jardines, fuentes y monumentos se diseñan geométricamente. La distancia y la luz tendrán un valor de infinito, más que un valor formal;  lo infinito del espíritu como propuesta del discurso de la religión.

En la Era de las Ciudades Italianas, FirenzeVenezia o Pisa,  desaparece la naturaleza, que se convertirá en la naturaleza de las ciudades: su geometría, su planificación, sus puntos de vista... Lo humano es ahora un ciudadano que habita las ciudades; la naturaleza es algo distante y modulado por la ciudad y sus vistas. Un ejemplo de ello es Canaletto.

En  los siglos siguientes, XVII y XVIII, se intenta recuperar la naturaleza olvidada de ciudades, palacios e iglesias como espacio de lo bucólico (Marie Antoniette (2006) de Sophie Coppola nos muestra esto), como lugar retirado del mundo urbano, para recuperar algo de la naturaleza,  del espíritu olvidado.  Ahora el espíritu se hace naturaleza: se trata de una naturaleza del espíritu, de la entrada a las ciencias de la naturaleza. Así, el hombre cultivado y culto es aquel que sabe de la naturaleza: de botánica, de zoología, de etnología, de biología, etc. 

Por otro lado, surgen los mundos exóticos: las aventuras en lugares exóticos y distantes, los grandes viajes, fundamentalmente  a África, en un intento de recuperar algo de la naturaleza salvaje. El concepto de exótico, excéntrico o extraño invade a la naturaleza; lo extraño viene de África, incluso de América Tropical y de América del Norte; lo exótico también viene del mundo árabe e incluso de China. En cada caso el tratamiento de la naturaleza es particular, pero, en general, la naturaleza vuelve a ser vista por la naturaleza humana, por la lente humana: es  la representación que ésta quiere darle.

Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza de la representación? La geometría, la geometría descriptiva, el punto de vista, el horizonte, los puntos de fuga, etc. van a ser los elementos componentes de la representación, y es por este aparato que pasa la representación de la figura humana y, por qué no, la de la naturaleza. La naturaleza siempre ha sido una representación, sólo puede ser vista por el aparato de la representación. Incluso los jardines, los parques, las series de bonsái  japoneses o los balcones son maneras de hacer pasar a la naturaleza por la representación. Todo ello que suponemos que queda fuera, la naturaleza salvaje como la amazonía, las cataratas, los glaciares, también cae bajo la tiranía de la representación, la de la representación científica: es el punto de vista de los científicos, biólogos, botánicos, zoólogos, etc. el  que nos permite tener una lectura de ella.

Así, poco a poco, avanzado el XIX, y con la llegada de los aventureros (Lawrence de Arabia a la cabeza), las representaciones de la naturaleza tendrán fines diversos: económicos, comerciales (El paciente inglés) e  incluso arqueológicos (excavaciones de Troya, Pompeya y al final Egipto entero). La representación de la naturaleza tendrá un alto valor histórico, como  registro de civilización. Pronto  surgen los descubrimientos de petróleo, de caídas de agua para la electricidad, de yacimientos de minerales, de plantaciones intensivas con algo valor comercial (el opio, la coca, la marihuana, etc.),  que van dando a la naturaleza un valor completamente diferente: ya no será el lugar lejano (Memorias de África), el lugar del retiro de lo mundano, tampoco será el lugar de investigación para los científicos y los grandes descubridores, sino que se convertirá en  el lugar del expolio. El mensaje será otro: ‘Debemos extraer todo lo que se pueda de la naturaleza, la debemos devastar’.

La ciencia y el arte han ido siempre juntos en este recorrido. En este sentido, en la exposición  Cosmos, del romanticismo a la vanguardia (1801-2001),  presentada en Barcelona en 2001, su comisario, Jean  Clair, intentó mostrarnos que la naturaleza siempre ha sido el lugar perdido de lo humano, por un lado un mito, por otro la ilusión de un reencuentro. Con la mirada, lo humano intenta recuperar en el pasado lo que no puede encontrar en el porvenir. Ya lo dice Freud en su texto El porvenir de una ilusión; la naturaleza por  venir es una ilusión. Pensemos en la ruta de la seda, en  el descubrimiento del cabo sur en África más adelante, o en el descubrimiento de América, cuando se pensó que se  alcanzarían las Indias por otra ruta... Siempre encontramos algo diferente, algo nuevo, cuando buscamos lo perdido: lo último, el espacio, como nuevo infinito  y, al final, los agujeros negros. ¿No son éstos,  acaso, lo que estaba primero?  El origen ¿no es un agujero negro? Buenas preguntas.

Hemos hecho una pequeña vuelta para retomar las acciones del arte sobre la naturaleza. El último gran redescubrimiento de la naturaleza por el arte ha sido el impresionismo. Éste disuelve la naturaleza en pura luz, en puro color. Los impresionistas dicen: ‘La naturaleza está hecha por la luz y el color’, perdiéndose de este modo la descripción, el encuadre, el punto de vista, su valor de fondo de la escena humana, su razón de ser. Así, la naturaleza es la naturaleza misma de la pintura: la luz y el color. Con ello se produce una de las grandes revoluciones del arte: para el arte también va a quedar la luz y el color como únicos elementos.

Paisaje I: Superficie Verde
Paisaje II: Superficie Roja

Paisaje III: Luz Verde
Paisaje IV: Luz Roja


El paisaje será un elemento del pasado, de las academias de arte, de los talleres de artistas, de las galerías de arte, incluso de un laboratorio de investigación. Éste es el caso de El Sol del Membrillo, de Antonio López, que registra la película de  Víctor Erice (1992)    con el mismo nombre:  una serie de dibujos y óleos, con el consiguiente estudio del color, de la luz, de la textura, del brillo... La naturaleza se ha convertido en un laboratorio.

Esto por el lado del arte. Del lado de la política y la economía se impone el  "salvemos la naturaleza". Así como en el XIX el objetivo era expoliar  la naturaleza, sin límite de ningún tipo (de propiedad, de capacidad, de reproducción, etc.), en el siglo XXI el discurso de la ecología va ganando terreno. Se trata de una lógica de la naturaleza que intenta poner límite a lo humano, caracterizado por la destrucción. Si antes la naturaleza servía a fines humanos frente al Otro salvaje (agua, energía, materias primas, etc.), ahora esto mismo será nuestra propia destrucción: perderemos los productos del mar, perderemos el nivel de oxígeno, perderemos las zonas verdes privilegiadas... El ser humano  pasa de depredador a reparador. La naturaleza se ha convertido, de esta forma,  en un discurso:  representa a partidos políticos, cuenta con defensores en los parlamentos, participa en las  Naciones Unidas y tiene un color único: Los Verdes.                           
           

La naturaleza de la poesía

El lenguaje es la naturaleza de la poesía, y la poesía es en tanto ruptura con el lenguaje: alteración, rasgadura, fisura, quiebre, incluso vaciamiento, silencio del lenguaje... son las representaciones que usa la poesía para hacer con el lenguaje. La poesía no es natural, ni siquiera la descriptiva, la de observación, ya que contiene en principio valores que le son propios como la métrica, la rima, la cadencia… No hay diálogo entre naturaleza y poesía; la poesía es una manera de romper con la naturaleza.


Se puede denominar ‘naturaleza muerta’ a las variaciones del color, de forma (Emilio Morandi). Aquí  la poesía se hará cargo de representar a la naturaleza en tanto muerta, en tanto composición, en tanto encuadre, en tanto clasificación, incluso en tanto objeto, objeto en el sentido gramatical, en el sentido posicional. Se ha saltado del espacio al fraseo, algo que va a cortar la superficie, el texto, la textura, transversalmente, reordenando toda la superficie. La línea en su naturaleza geométrica reordenará  toda la superficie. La naturaleza de la superficie ya es geométrica, pero de manera poética. Será una poética entre la naturaleza, la superficie y la línea. 


Los objetos serán extraídos de la naturaleza y reordenados geométricamente, de ahí la poesía objeto:  clasificados, enmarcados, etc.,  donde el objeto ocupará el lugar de la imagen e incluso el lugar de la letra. ¿Se trata de una escritura de la naturaleza de los objetos? ¿Se trata de una escritura con objetos de la naturaleza?... Se trata de ir mas allá de la poesía a la letra, de la poesía a la falta, para atravesar la incapacidad del lenguaje de dar cuenta del objeto. Objeto y lenguaje forman parte de una dicotomía permanente:  uno no puede dar cuenta del otro totalmente, no hay relación entre objeto y lenguaje, de ahí la poesía objeto.





Habiendo dado cuenta del primer salto, de la representación de la naturaleza en una poética de la línea, ha pasado a una poética del objeto. Aquí no permanece mucho tiempo, es un espacio reducido, es una cosa reducida: es una poética de lo pequeño, el pequeño formato. En un segundo salto, se desprende de la superficie,  del objeto, y pasará a la realidad de la naturaleza. Pero no a representar la naturaleza, sino a presentarse en la naturaleza, a realizar acciones en la naturaleza.


   El arte de la acción en la naturaleza


Existen muchos textos y tratados sobre el arte de la acción  y su particularidad más allá de la perfomance. Si la perfomance tiene como objeto el propio cuerpo del artista como pantalla, en el arte de la acción las pantallas se multiplican: el cuerpo del artista, el territorio, la superficie de los árboles… el horizonte como pantalla última. Será un tratamiento en la multiplicidad de las pantallas; será utilizar la naturaleza como pantalla y los objetos como sus representaciones. El artista saldrá de representar en la pantalla de la superficie de la tela para accionar en las múltiples pantallas de la naturaleza: el río y el agua, el territorio y la tierra, incluso el viento y el horizonte  son materias primas de estas nuevas maneras de acción.

Si las acciones son al aire libre, el artista desplegará toda la naturaleza geométrica de los objetos: pantallas al viento, barquitos de papel, círculos de tierra, agua o fuego, etc. Pero,  ¿cómo sacar al exterior la geometría de los objetos? Si las acciones se realizan en espacios interiores, el artista despliega los materiales de la naturaleza a través de una geometría de la naturaleza: líneas de ajos, círculos de pan, cubos de agua, de tierra, líneas de fuego  atraviesan el espacio y su geometría. La naturaleza del espacio  es geométrica;  no hay otra naturaleza del espacio. Y el artista conoce esto profundamente: se trata de una salida y de una entrada, trasgrediendo los elementos que pertenecen al exterior y al interior.


En el interior encontraremos elementos que pertenecen al exterior;  en el exterior se nos presentarán elementos que pertenecen al interior. En el exterior,  la naturaleza; en su interior, el lenguaje. El lenguaje sostiene, de este modo, una configuración de la naturaleza: la instalación. La instalación tiene como naturaleza el arte, pero en su interior está dominada por el lenguaje:  instalar lo imposible de representar, de ahí su carácter efímero. Por ello, el artista va a recurrir a la poesía como tratamiento de lo imposible del lenguaje; es una instalación poética en la naturaleza, una poética de la imagen. La palabra y la imagen serán usadas indistintamente en cada instalación como elementos independientes entre sí;  a veces uno, a veces el otro, a veces los dos.


Las imágenes poéticas que se recogen de la acción - otra vez  el exterior y el interior- serán usadas  para realizar exposiciones de series particulares: el agua, la tierra, el fuego, el pan, etc. Son series de poemas escritos con imágenes, recortes de la naturaleza producidos por la acción, que vuelven a la superficie para mostrarnos la falta del objeto en la pantalla de la naturaleza: el objeto no la completa, el objeto nos muestra su falta, la imagen.


Entre la naturaleza y la ciudad: la manifestación


Pero el artista no se queda con esto. Si se trata de una instalación poética de la naturaleza, nos preguntamos de qué mensaje se trata. La respuesta es contundente: se trata de una manifestación. Volverá a usar la poética  en su relación con lo social, con los acontecimientos sociales. Hemos pasado de las intervenciones en la naturaleza a cuestionar la naturaleza de lo social, a usar la manifestación como intervención en lo social, como su manera particular de participar de los acontecimientos de relevancia social. 

Se trata de un salto importante. Ya no le es suficiente la intervención en la naturaleza, como un modo de escritura en el territorio, sino que hace un cambio radical, usando  la naturaleza, ciertos acontecimientos de la naturaleza, para hacer desde allí un modelo de intervención en lo social.
‘Salvemos el Agua’, ‘SOS Tierra’, ‘Salvemos el Río’, entre otros, serán primero manifestaciones de objetivos, de encuadre, de procesos, para luego convertirse en convocatoria a otros artistas, colectivos y grupos  que están luchando por las mismas causas.


Los mismos signos, agua, pan, tierra, fuego, serán importantes para señalar que algo se manifiesta, que algo de lo real no puede ser reprimido, y retorna una y otra vez, en una manifestación de estudiante, en una manifestación en contra de la guerra o a favor de las madres de desaparecidos:  mediante la acción el arte deja marcas en su intervención. El proceso es semejante al de las intervenciones en la naturaleza: estas marcas, estos signos, en forma de imagen, serán recogidos y compuestos poéticamente. Aquí se trata, nuevamente, de una poética de la manifestación: registrar los signos de la naturaleza, realizar con ellos intervenciones sociales en la trama de lo social, en la ciudad, para finalmente darle una forma poética.


Pero, ¿ cuál es la pregunta fundamental que da vueltas a todo este recorrido? ¿Cuál es la naturaleza del hombre? No me refiero solamente a la naturaleza humana  -que sí que está atravesando toda su obra-,  a la imposibilidad de la relación entre lo humano y la naturaleza  y  a cómo el mito es una lectura de dicha imposibilidad (el mito como construcción poética va a ocupar el lugar de esa imposibilidad). Me refiero al hombre en cuanto género, que verifica la necesidad de saber su relación con la naturaleza, su representación. El hombre como género tiene una representación propia, una escritura propia, que lo representa universalmente, ya sea con la naturaleza de su cuerpo, desnudo muchas  veces, ya sea con sus manifestaciones como hombre social, mostrándose socialmente desnudo frente a la fuerza del poder. Ya no se trata de un significante que lo representa, en tanto phálico, de una vez por todas y para siempre. Para el artista esto no es suficiente, y pone en juego todo su cuerpo: es con su cuerpo que produce las acciones y que extrae sus relatos, en tanto mitos del hombre frente a la naturaleza.


Se trata de ir más allá del significante. ¿El hombre en tanto macho, puede ir más allá del significante que lo representa? ¿Qué significa dicho atravesamiento? Acaso no se trata de otro mito, más arcaico aún, el mito de Abraham y el sacrificio del hijo, de cómo se construye ese significante, que será transmitido a todos los hombres. De aquí en adelante la naturaleza del hombre, en tanto macho, no es orgánica, sino significante, de un significante que reclama una inscripción en su cuerpo, un corte que represente el pacto con el Padre. ¿La acción y el mito, no son dos formas de reinscribir dicho pacto? En esta renovación del pacto con el Padre, el río, el fuego, el pan… no son significantes del Otro, que el artista necesita atravesar. Más allá del significante, está el Otro atravesado por dichos significantes, y las marcas que esto deja para el artista en su anudamiento social, que es lo mismo que decir en su nominación simbólica: Daniel  a-Costa.
alberto caballero
coordinador general de geifc
y de action art
escribe para escaner cultural
es profesor de mecad
barcelona diciembre 2007
                   http://acostadaniel.blogspot.com/


Acción: abrazo. Cachi. Jujuy.Arg. /08







video:X MEMORIA/06

video del Encuentro arte accion: X Un Futuro ,
Centro Cultural Recoleta /06. A treinta años del golpe militar.http://acostadaniel.blogspot.com/